Época: Renacimiento7
Inicio: Año 1508
Fin: Año 1512

Antecedente:
Pintura clasicista

(C) Jesús Hernández Perera



Comentario

Ocho años mayor que Rafael, Miguel Angel no comenzó su carrera de pintor hasta los primeros años del siglo XVI, cuando realizó el Tondo Doni o la Sagrada Familia de los Uffizi, dedicada a los esponsales de Agnolo y Magdalena Doni a quienes, por separado, retrató Sanzio poco después. Con esta obra demostró que, aun volcado hacia la escultura, también podía plasmar en un marco circular cerrado la pirámide clasicista de personajes sacros en pleno juego de torsiones. En fecha tan temprana como 1503-1504 atisbaba ya la futura tensión de los manieristas, sin dejar de mostrar en los mancebos del fondo su pasión por el desnudo helénico.
No sorprende, por tanto, que el gonfaloniero Soderini le encomendara, en pugilato estimulante con Leonardo, el mural de la Batalla de Cascina, la otra gran victoria de los florentinos que se parangonaría con la de Anghiari, confiada a Leonardo. No llegó a realizarla sino en cartón (1504-1505) que sólo es conocido por copia, que muestra un tropel de soldados sin ropa al borde del agua cuando fueron sorprendidos por el enemigo, originalísimo modo de resolver en dicción dramática, pero no cruenta, el combate victorioso del ejército florentino al mando de Galeotto Malatesta, resuelto por el artista con una docena de musculosos desnudos.

La invitación apremiante de Julio II para que Buonarroti viajara a Roma para levantar, en el nuevo San Pedro que planeaba Bramante, un aparatoso sepulcro papal, dejó inédito el mural de la Señoría, pero la vacilante actitud del pontífice aplazó la confección de la tumba, que tanto interesó al artista. Tras su disgusto aceptó que ese contrato lo compensara con otra labor, ahora pictórica, se dice que a indicación de Bramante con el propósito de enfrentarle con una técnica, el fresco, que aún no practicaba: la bóveda de la Capilla Sixtina.

Miguel Angel dio comienzo a la tarea en 1508, haciéndose con los recursos del buon fresco en breve plazo. Con actividad casi frenética, tremendo esfuerzo en solitario y una imaginación desbordante, en cuatro años dio fin al enorme conjunto que en planta medía 36 m de longitud por 13 de anchura, más de quinientos metros cuadrados. Lo dio a conocer en mayo de 1512, provocando admiración universal que nunca ha dejado de crecer con los siglos.

Simuló diez arcos fajones que le permitieron dividir la gran bóveda de cañón en nueve tramos sucesivos, atravesados por dos falsas comisas que produjeron la partición en tres registros. Para no caer en monotonía, los rectángulos resultantes en el centro del medio cilindro los hizo alternar en dos medidas, y los rellenó con historias del Génesis, que van desde la Separación de la luz y las tinieblas, sobre el altar, a la Embriaguez de Noé, aunque las pintó en sentido inverso, pues comenzó sobre la puerta de entrada. En cada esquina de los recuadros menores sentó a los Ignudi, magnífica colección de mancebos sentados en posturas de una grandeza y variedad asombrosa, que emparentan con los Esclavos esculpidos poco después para el sepulcro de Julio II. Entre los relatos del Génesis que van ganando claridad desde los primeros a los últimos por acumular cada vez menos figuras, destacan la Creación de Adán con la chispa eléctrica del dedo de Dios acercándose al barro del primer hombre, y el Pecado original y Expulsión del Paraíso donde Eva es efigiada dos veces con grandeza y plenitud como madre de la humanidad.

Entre los lunetos sitúa las figuras a mayor escala de los siete Profetas bíblicos y las cinco Sibilas, anticipadoras de la venida de Cristo y nexo por tanto de los antepasados de Jesús que incluye en el interior de los tímpanos. La diversidad de posturas, actitudes y movimiento de estos colosos son también adelanto del marmóreo Moisés de la tumba juliana, desde Ezequiel a Zacarías, de la Sibila Pérsica a la Líbica, cuya torsión no olvidaría Velázquez cuando pintó Las Hilanderas.

Dinamismo de alto voltaje dramático derrochan las escenas de las cuatro pechinas o vele de los rincones de la bóveda, que glosan momentos de la lucha de Israel por la libertad, desde David y Goliat o Judit hasta la Serpiente de bronce y el Castigo de Amán, donde Miguel Angel se deja impresionar por el Laocoonte.

A pocos artistas ha sido dado concentrar, sin repetirse, tal cúmulo de figuras que sobrepasan más de los tres centenares, galería iconográfica de un poder de imaginación y energía vital jamás concebida por un solo creador, que desde entonces se prestigió como uno de los más geniales pintores del arte universal, faro del Renacimiento y pionero de todas las fórmulas que conducirán al Manierismo.